LOS ANTIGUOS FIELATOS
Mª Mercedes Rodrigo Almendres
Mucho han cambiado las cosas desde
que los antiguos fielatos se levantaban al borde de nuestras carreteras, a los
jóvenes de hoy quizás les resulte desconocida la propia palabra fielato, pero a
los que conocimos los años de la posguerra nos resulta bastante familiar. Si
nos atenemos a la definición de la Real Academia de la Lengua, diremos que
fielato es la oficina del “fiel”, o dicho de una manera más sencilla, el lugar
donde se pagaban los derechos de consumo.
Eran los fielatos pequeñas casitas de
mampostería que se levantaban a la entrada de las poblaciones, el encargado de
ellos era el fiel, es decir, el hombre cuya obligación era cobrar el tributo o
arbitrio que gravaba el tráfico de mercancías. Cuantos labriegos, mercaderes o
simples viajantes que llegaban a la ciudad tenían que parar obligatoriamente en
el fielato y declarar su mercancía, según el valor del cargamento, pagaban el
tributo y proseguían su camino. Ni pollos ni gallinas, ni trigo ni cebada, ni quesos
ni chorizos, se libraban de pagar este arbitrio, aunque afirmaran que tal
mercancía era para los familiares que vivían en la ciudad y no para hacer
negocio.
Todos pagaban al entrar menos los que
se dirigían a la alhóndiga Municipal, la cual era en realidad un puerto franco
dentro de la ciudad, ya que los carros o camiones al llegar a los fielatos,
podían obtener un documento de tránsito hasta la mencionada Alhóndiga*, y de
esta forma no tenían que pagar los arbitrios municipales hasta que salían del
recinto.
Fotografía de Alfonso Vadillo con el fielato de la Estación en primer plano |
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