lunes, 15 de abril de 2024

Historias de aquí

LOS ANTIGUOS FIELATOS

Mª Mercedes Rodrigo Almendres

Mucho han cambiado las cosas desde que los antiguos fielatos se levantaban al borde de nuestras carreteras, a los jóvenes de hoy quizás les resulte desconocida la propia palabra fielato, pero a los que conocimos los años de la posguerra nos resulta bastante familiar. Si nos atenemos a la definición de la Real Academia de la Lengua, diremos que fielato es la oficina del “fiel”, o dicho de una manera más sencilla, el lugar donde se pagaban los derechos de consumo.

Eran los fielatos pequeñas casitas de mampostería que se levantaban a la entrada de las poblaciones, el encargado de ellos era el fiel, es decir, el hombre cuya obligación era cobrar el tributo o arbitrio que gravaba el tráfico de mercancías. Cuantos labriegos, mercaderes o simples viajantes que llegaban a la ciudad tenían que parar obligatoriamente en el fielato y declarar su mercancía, según el valor del cargamento, pagaban el tributo y proseguían su camino. Ni pollos ni gallinas, ni trigo ni cebada, ni quesos ni chorizos, se libraban de pagar este arbitrio, aunque afirmaran que tal mercancía era para los familiares que vivían en la ciudad y no para hacer negocio.

Todos pagaban al entrar menos los que se dirigían a la alhóndiga Municipal, la cual era en realidad un puerto franco dentro de la ciudad, ya que los carros o camiones al llegar a los fielatos, podían obtener un documento de tránsito hasta la mencionada Alhóndiga*, y de esta forma no tenían que pagar los arbitrios municipales hasta que salían del recinto.

Fotografía de Alfonso Vadillo con el fielato de la Estación en primer plano



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