LOS SERENOS
Mª Mercedes Rodrigo Almendres
Con el correr de los tiempos son muchos los oficios que han ido desapareciendo; en la antigüedad los artesanos agrupados en diferentes gremios desempeñaban variados oficios de los que ya no queda ni el recuerdo.
El oficio de sereno no es de los más
antiguos, pues en nuestra ciudad a mediados del sigo pasado los serenos
rondaban nuestras calles y gozaban de cierta simpatía por parte del vecindario,
y es posible que en algún lugar hoy sigan ejerciendo este cometido.
En Burgos parece ser que ya en 1840
estaba aprobado el reglamento de los serenos y las normas que debían seguir. El
sereno era una figura entrañable. Cuántos secretos guardarán de esas noches en
vela, ateridos de frío en invierno y cansados y sudorosos en las cálidas noches
del verano.
Él era el encargado de rondar de
noche por las desiertas calles de la ciudad, para velar por la seguridad del
vecindario y de la propiedad. Tenían también como objetivo avisar cuando se
declaraba un incendio y abrir las puertas de los portales cuando los vecinos se
olvidaban las llaves.
En algunas poblaciones el sereno
mientras hacía su ronda cantaba en voz alta la hora y el tiempo que hacía, y
cuando las ciudades se alumbraban con faroles de gas, ellos eran los encargados
de encenderlos y apagarlos.
Los vecinos cuando necesitaban de sus
servicios gritaban “sereno”, su voz retumbaba en el silencio de la noche y él
acudía puntualmente con un enorme puñado de llaves y su inseparable “chuzo”,
este artilugio consistía en un palo armado de una aguda punta de hierro para
defenderse y de un gancho para detener algún que otro ladrón cuando huían.
Vestían levita azul marino con ribetes encarnados en verano y en invierno un
grueso gabán de paño para protegerse del frío, cubriendo su cabeza con una
gorrilla.
Con la llegada de las farolas
eléctricas los serenos dejan de encender y apagar los faroles ocupándose sólo
de la vigilancia de las calles.
En nuestra ciudad y a petición de
vecinos y comerciantes, en el año 1955 se crea el cuerpo de vigilantes
nocturnos que venía a ser como nuestra actual policía local.
Eran famosos los serenos gallegos y
asturianos, que al igual que los afiladores estaban repartidos por toda la
geografía española y que si alguno viviera nos contaría curiosas anécdotas,
como esta que se refiere a un sereno que rondaba una céntrica calle de Madrid y cada noche se
topaba con un hombre que tenía la fea costumbre de orinar en la puerta de un
amigo con quien estaba enfadado, lo que
le obligó a poner una cruz en la puerta para ver si al menos por respeto a la
cruz dejaba de orinar allí. Una noche rondando por ese lugar vio el sereno al
individuo en cuestión y le reprendió diciendo: “¿no sabe usted que donde hay
una cruz no se mea?”, a lo que él contestó, “Y ¿usted no sabe que donde se mea
no se pone una cruz?”.
A veces tenían encontronazos con
rateros o con algún vecino que bebía demasiado y a duras penas podía llegar a
su portal, otras, tenía que hacer la vista gorda cuando presenciaba alguna
escena subida de tono como la que inspiró al poeta que escribió la siguiente
coplilla:
Si el sereno hablara
de lo que ve en el portal
cuántas hijas de su madre
se iban a avergonzar
Sereno en 1957. Foto Villafranca. Archivo Municipal de Burgos. ID-51421
Este artículo salió publicado en el
número 11 de la revista “A nuestro aire” en junio de 2016.
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