Historias de aquí


DON ANTONIO TOMÉ CARRERA. BURGOS S. XVIII

 Pedro Mediavilla Pablo

             

  D. Antonio Tomé Carrera había nacido en Burgos donde fue bautizado en la parroquia de Santiago que estaba incluida en la Iglesia Catedral, el 18 de junio de 1730.

               Sigue los negocios de su padre, D. Pedro Tomé González que, procedente de la villa de Melgar, se había aposentado en la ciudad de Burgos, conservando con la misma villa de donde procedía su familia, vínculos comerciales y afectivos.

               D. Antonio Tomé, cuya vida se desarrolla en pleno siglo XVIII, participa del adelanto de las ciencias, personaje ilustrado de la época que, además de oficios como Tesorero de la Bula de la Santa Cruzada para la archidiócesis de Burgos y la  diócesis de Santander, Regidor y Alcalde Mayor perpetuo del Ayuntamiento de la ciudad de Burgos, cargo de primer Cónsul de la Universidad de Mercaderes, Prior del consulado…tuvo muy importante negocio de “trato de lanas” que era, en este siglo, la mercadería estrella de cuantas ocupaciones podían seguirse.

               Su condición de merinero destacado, con cabaña de más de 10.000 cabezas, que pastaban de invierno en las Dehesas de Extremadura (Cáceres y Badajoz), y en La Alcudia (Ciudad Real), y de verano en los puertos y sierras de la Demanda, sierras de Burgos y de Soria, Sierra de Neila, Urbión, Cebollera, Cameros, etc. le permitía sentarse en las reuniones como Hermano relevante del Honrado Concejo de la Mesta y en torno a la protección de las Cabañas para la producción de lana, cuyos vellones eran el “oro blanco” de este siglo como ya lo habían sido, con altibajos, en los siglos anteriores. La exportación de la lana a Flandes, Francia, Inglaterra, Italia, etc. puso a la ciudad de Burgos, con el gremio de sus mercaderes, a la cabeza del comercio de Europa.  La misma Europa en la que hoy estamos, y mentira parece que, el paso de los siglos nos devuelve de nuevo el contacto y los intercambios culturales y comerciales de ciudades de la Europa eterna.

               Brujas, Amberes, Ruan, Nantes, La Rochela etc. son puertos de la fachada atlántica de Europa donde arribaban las naos de marinos vascos y santanderinos, con su preciado cargamento de lana. Regresaban con reporte de productos manufacturados; ricas telas, paños de lujo, orfebrería y joyas, productos para teñir las mismas lanas exportadas etc.

               Para que estos trabajos hagan un todo perfecto, habían de darse condiciones de gran receptividad, de ir aprendiendo e incorporando al oficio, guisando en la cocina de la ribera del Arlanzón por cuanto al lavado, no pequeña tarea, pero también en las demás cocinas consuetudinarias: en el Rancho de Esquileo, en los viajes de la trashumancia, en los pastos, en las aguas, en la selección de los carneros, lo mejor y más fructífero en pro de la conservación y mejora de las cabañas, que es tanto como decir de la lana.

               D. Antonio Tomé, no nos olvidemos de D. Antonio, de los Tomé de Melgar, construyó en su pueblo “la más importante fábrica de curtidos que hasta entonces existiera en España”, según la describe en sus diarios D. Melchor G. de Jovellanos. En plena madurez intelectual no se cansaba D. Antonio de crear sociedades y empresas, solicitando en ocasiones el favor de la Corona, con el argumentario de un memorial presentado al rey Carlos III, hablándole de los puestos de trabajo creados en Melgar, de la utilidad que reporta a los vecinos, de lo favorable para el surtimiento de las Castillas y ciudades principales que de esta forma ha de cesar “la necesidad que tienen los mercaderes de ocurrir a proveerse de los géneros a Inglaterra, Francia…”

               Los pastores de los rebaños de D. Antonio competían por ser los mejores y más entendidos de tal ancestral oficio, procurando siempre conservar y fomentar la calidad de las lanas, para lo cual, muy importante, era el lavado de las mismas con agua fría o caliente, así como el teñido de ellas, que en ocasiones así era convenido.

               La ribera derecha del río Arlanzón, entre el puente de Castilla y el puente de Malatos y aún desde el Puente de Santa María y la Merced, ya había sido, desde la Edad Media, lugar de asentamiento para el lavado de las lanas. El lavado de la lana ocupaba a un buen número de personas, se estima unas doscientas que en pleno verano y por espacio de dos meses o más estaban en contacto con el agua en jornadas agotadoras, no era darse un baño, que apetece en verano, sino estar diez o más horas semi desnudo y en contacto con el agua, metidos en los tinos con el agua hasta el nivel del “pecho de un hombre”.

               El esquileo se había producido antes, cuando al poco de llegar los rebaños a los puertos en las Sierras, se hacía la recolección de la lana, un trabajo también de especialistas y clasificadores de las distintas calidades. Un trabajo duro, a destajo, que era dulcificado por el buen ambiente que se creaba al celebrar el regreso de pastores y ganados, ocupando los quintos, la riqueza de los vellones, que era como el trigo en las eras, la alegría de la cosecha, donde se comía y se bebía a cuenta del amo, del ganadero que veía así, en el ambiente creado, el aumento de su caudal y propiciaba y participaba en la fiesta con connotaciones de culto y acción de gracias por la cosecha que se estaba celebrando. La magia del solsticio de verano, de la noche de San Juan, que trastorna un poco a los mozos y a las mozas, que siempre coincide con el esquileo, cuando ya han rendido el viaje cañariego a los pastizales finos y frescos de las sierras.

               D. Antonio Tomé creó en torno a dicha ribera sus famosos lavaderos, además de lonjas o almacenes para apilar la lana cuando ya, perfectamente seca, (tendida en cuatro o cinco días de buen sol), era metida en sacas de “parella”, (un subproducto de la lana), de en torno a 10 o 12 arrobas de peso cada una, listas ya para el almacenaje, a la espera de la formalización del pedido, y del transporte hasta los puertos del Cantábrico, transporte que se hacía con las carretas de la Real Cabaña o del gremio de muleros y recueros que, en ocasiones, sólo éstos podían alcanzar los puertos de embarque obviando los malos caminos, insalvables para las carretas en algunos tramos.

               En algún momento a la Casa Lavadero de los Tomé la llamaron “la casita del pescador”, no sé si es así o lo he soñado, más cierto estoy de que por los años ochenta del siglo XX fue una discoteca*. Avatares y azares de la vida, todo lo que pueda ocurrir, ocurrirá. El paraje de la Isla que nos viene ya configurado de ribera-paseo jardín arbolado desde la ocupación de la ciudad por los franceses en plena guerra de la Independencia, yo lo imagino así; algún desagüe de esguevas, restos de lavaderos de lana, también restos de antiguas tenerías, espacio para lavanderas de ropa, sufridas burgalesas aguantando el frío que amorataba sus finas manos.  La casa, muy bien conservada, con un precioso balcón en su fachada, más que casa-lavadero debiéramos llamarla casa-almacén o casa-lonja, porque es donde se apilaba y se conservaba la lana, con exquisito trato para que no sufriera los efectos perjudiciales de humedad, luz… es la lana frágil y delicada, quiere manos de arte para luego admirar su belleza en las manufacturas, caras prendas en los tocados de las damas poderosas.

               Entre el río y la casa de D. Antonio Tomé, hay un trecho, no sé, 100-150 metros, pues bien, este espacio público era ocupado por una invención hecha con vigas de pino, de varias longitudes y escuadrías, para lo cual y mientras duraba la temporada del lavado pedían permiso al Ayuntamiento que se lo daba sólo con la condición de volver a retirarlo y hasta el año próximo. Esto se hacía para facilitar el transporte de la lana desde el río a las lonjas, la lana lavada y seca a su lonja y la lana sucia para el proceso de lavado al río. A la orilla y dentro del caudal del río, las obras poco duraban, de nada quedan restos, o quizá estén tapados por los arrastres. La madera se adapta bien para hacer los apartados necesarios aún dentro del agua, y el arte de lavarla, con agua caliente, a veces con agua fría, menos costoso y utilizado en lanas de menor calidad, era más bien una suerte de constantes cambios, de pisarla, de apartarla en diversos tinos, de retenerla en el cañal, de tirar las pellas a una pedrera en declive para escurrirla.

               Los Tomé no tuvieron en Burgos la exclusividad del comercio de la lana, mercader hubo, francés, que por el mismo tiempo, utilizaba las lonjas de la Casa del Cordón donde hacía depósitos para, llegado su momento, sacarla con las carretas a los Puertos del Cantábrico. Vetusto caserón-palacio para guardar lana.

               En La Isla, el armonioso palacete de la familia Tomé, asentado sobre el lateral de una esgueva, la de Caldavares quizá, que pocos metros más adelante desaguaba en el Arlanzón. Tengo dudas de que se utilizara como rancho de Esquileo, por el inconveniente que puede suponer la lana sucia, que podría inficionar la salud de los que estuviesen cerca de ella.

               Se lavaba la lana en muchos otros lavaderos con buenas y abundantes aguas, puestos en los pueblos de las Sierras con gran tradición merinera, en donde los Tomé compraban lanas; Neila, Vinuesa, Pineda, Soria…era algo habitual, se transportaba en grandes trenes de carretas hasta las lonjas de la Isla, desde donde se despachaba por los mejores caminos hasta el Cantábrico, buscando los otros puertos, los puertos de la mar.

 

*Nuestra amiga Merche nos hace algunas apreciaciones en lo referente a la llamada “Casita del pescador”. Creo que la llamada “Casita del pescador” más que lavadero de lana era vivienda del propio Tomé, en una ventana y sobre la rejería de forja aún pueden verse sus iniciales. Tras la venta de la casa, la familia Garilletti puso allí una discoteca llamada “La Finca”, de corta duración pues los vecinos de las casas cercanas se quejaban del ruido de la sala de fiestas sobre todo los fines de semana. Actualmente la casa magníficamente restaurada ha sido convertida en siete apartamentos individuales muy bien dotados interiormente.

               Las tenerías estaban un poco más adelante, en el mismo barrio de San Pedro y asentadas en la calle que hoy lleva ese nombre y muy cerca del hospital de Santa Catalina, sostenido por el gremio de curtidores. Al desaparecer las esguevas donde se lavaba la lana, fue cuando se abrió la calle Lavadores, donde está el ambulatorio de Los Cubos, por lo que no quedan restos de los lavaderos.

               Antonio Tomé costeó la estatua de Carlos III que tenemos en la Plaza Mayor para agradecer así al rey los muchos favores que le había otorgado. Junto a la Casa del Pescador, la familia Liniers a la que pertenecía la esposa de Tomé levantó un soberbio palacete que aún hoy podemos admirar. El nombre de “Casita del pescador” se debe a que los que lavaban la lana en el río se dedicaban también a la pesca.

 

Foto de Villafranca. Calle Lavadores en 1950

Este artículo salió publicado en el número 26 de la revista “Detrás de la muralla”, en febrero de 2009

 Si quieres volver a leer otras historias de aquí, entra en el archivo:

Archivo👀

8 comentarios:

  1. El relato muy interesante muchas gracias.

    ResponderEliminar
  2. Después de leer la historia de la cofradía ,que esta muy bien explicada, les doy las gracias por la forma de dar a conocer todo.

    ResponderEliminar
  3. ¡Me encanta! Quiero agradeceros que nos acerquéis estas historias que son parte de la historia de nuestra ciudad. ¡Mil gracias!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias a ti por dejarnos tu comentario. Entre todos rescatamos la historia de un Burgos que ya se fue pero que queremos tener presente.

      Eliminar
  4. Brujas a las que se echaba la culpa de esos y otros males. Y que eran ajusticiadas por historias como éstas. Pobres mujeres que en todo tiempo y lugar cargan con los males del mundo.

    ResponderEliminar